(foto de Francisco Martín Cobos)
El reloj sonó como todos los días a las ocho de la mañana, Horacio Vermello lo apagó de un manotazo, había pasado una noche horrible, llena de pesadillas. Había llegado el fatídico día, era miércoles, y hoy tendría que tomar la peor decisión de su vida.
Si tuviese dudas todavía podía dar marcha atrás, pero no debía aplazarlo por mas tiempo.
Se levanto como un sonámbulo hacia la ducha,.el agua refrescó las ideas. Se paso los dedos para peinar su desgreñamiento en los escasos cabellos que aún le quedaban. Tenía pensado el discurso, palabra por palabra que de tan manidas se ajaban antes de empezar a pronunciarlas, sonaban a mentira en cada vocablo en cada frase no existía nada de verdad.
Metió las rebanadas de pan en la tostadora, en su ensimismamiento se juntaron unas con otras, quemadas por la alta temperatura del aparato.
Se enfundó en el traje gris a juego con la corbata que Patricia le había regalado por Navidad, todavía se acordaba de la tarjeta que venia en el envoltorio, escrita en tres idiomas diferentes ( Patricia siempre hacia uso idiomáticos en todo lo que hacia), incluso cuando le susurraba al oído” te quiero”, le ponía un acento francés muy sugerente.
Si ella estuviera aquí sería menos doloroso. Abrió el maletín y comprobó que las diez cartas de despido estaban en su sitio, las que tendría que entregar antes del mediodía. Abrió la puerta del coche, antes de media hora llegaría a su empresa.
Si tuviese dudas todavía podía dar marcha atrás, pero no debía aplazarlo por mas tiempo.
Se levanto como un sonámbulo hacia la ducha,.el agua refrescó las ideas. Se paso los dedos para peinar su desgreñamiento en los escasos cabellos que aún le quedaban. Tenía pensado el discurso, palabra por palabra que de tan manidas se ajaban antes de empezar a pronunciarlas, sonaban a mentira en cada vocablo en cada frase no existía nada de verdad.
Metió las rebanadas de pan en la tostadora, en su ensimismamiento se juntaron unas con otras, quemadas por la alta temperatura del aparato.
Se enfundó en el traje gris a juego con la corbata que Patricia le había regalado por Navidad, todavía se acordaba de la tarjeta que venia en el envoltorio, escrita en tres idiomas diferentes ( Patricia siempre hacia uso idiomáticos en todo lo que hacia), incluso cuando le susurraba al oído” te quiero”, le ponía un acento francés muy sugerente.
Si ella estuviera aquí sería menos doloroso. Abrió el maletín y comprobó que las diez cartas de despido estaban en su sitio, las que tendría que entregar antes del mediodía. Abrió la puerta del coche, antes de media hora llegaría a su empresa.
Olvido
No hay comentarios:
Publicar un comentario