Mi abuela Martina, en su afán de protegerme, siempre me había recomendado que no me fiara de la gente que no mira a la cara especialmente a los ojos. Con este consejo pasé los primeros años de mi adolescencia, por eso no me fiaba de Olga. Olga era mi compañera de instituto, sabía que ella estaba por mí (esas cosas se notan), me prestaba una atención inusitada, siempre estaba pendiente de mis palabras, aunque me halagaba su adoración silenciosa por mi persona: Olga era bizca.
Pasados los años nos hicimos novios, y el consejo de mi abuela lo tuve que olvidar. Yo no me fijo en su bizqueo, y ella me escucha hasta el final sin interrumpirme a pesar de mi tartamudez.
Olvido 2007
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